Las relaciones entre la fe y la razón, desde el principio, son parte del debate filosófico espiritista, con la creación por Allan Kardec del concepto de la fe razonada. Desde un punto de vista conceptual, se establece una contradicción aparentemente insuperable, ya que la fe se basa en la convicción y la razón en la duda; se sigue, por tanto, que ambos se contradicen entre sí. Ahora, dado que creer y dudar son prácticas antagónicas, por definición, el concepto de “fe razonada” sería, por lo tanto, un evidente contrasentido.
Con Kardec, este concepto se presenta dentro de un marco argumentativo construido para negar otra noción, atribuida por el maestro lionés a las religiones dogmáticas: la “fe ciega”. En este sentido, la fe razonada sería algo así como la “fe fundamentada”, es decir, el adjetivo que se refiere al razonamiento le daría al sujeto el le daría al sujeto el significado de un o de un estado, no un proceso. Es decir, estado, no un proceso. Es decir, la fe razonada no la fe razonada no sería una “fe sería una “fe que razona”, sino una fe que ha razonado antes para constituirse. Tal interpretación satisface parcialmente, el marco lógico de separación entre fe y razón: primero se razona, y solo entonces se constituiría la fe.
Este punto de vista, sin embargo, no es satisfactorio desde el punto de vista kardeciano. Aun refiriéndose a la cuestión de la fe, el codificador publicó en “El Evangelio según el Espiritismo” un axioma que se hizo famoso en los medios doctrinarios espiritistas: “Fe inquebrantable es solo aquella que puede enfrentar a la razón, cara a cara, en todas las épocas de la humanidad”. En esta propuesta, Allan Kardec nos lleva a una percepción histórica y procesal del fenómeno de la creencia, delimitando, con el rigor que le era propio, la característica especial y profundamente innovadora de la fe espiritista.
En este contexto, la fe razonada – una cualidad que la haría inquebrantable – no solo sería la constituida por un movimiento racional de toma de decisiones, sino también que se mantuviese en un régimen de racionalidad continua, incluyendo este requisito en el ejercicio de la propia fe. La necesaria reconciliación, en este caso, entre los conceptos de fe y razón, se haría mediante el cambio del razonamiento lógico al dialéctico: los opuestos, en lugar de excluirse entre sí, se complementan en la explicación de la realidad.
Desde esta perspectiva, la fe espírita forma una pareja dialéctica inseparable de la razón espírita. Tal idea significa que la creencia espiritista es básicamente una fe que admite dudas y convive con ellas, todo el tiempo. Es, por lo tanto, una fe abierta, dialógica, dispuesta a modificar sus propias opiniones o el objeto de su manifestación como creencia, siempre que se cumplan las condiciones para el libre ejercicio de la razón. Por otro ejercicio de la razón. Por otro lado, la razón espiritista es una duda basada en la fe, capaz de dar lugar a fe, capaz de dar lugar a las sospechas naturales de la racionalidad sin una pretensión escéptica o cientificista, y que, sobre todo, está dispuesta a admitir la creencia y la confianza en aquellos contenidos sobre los cuales la razón aún no ha tomado una postura de conocimiento y verificación. Tal composición da como resultado lo que Herculano Pires llamó, muy acertadamente, “fideísmo crítico”.
El uso de la razón es la admisión de la duda, que, en el Espiritismo, se basa en el principio filosófico de la imperfección espiritual (hemos preferido llamarlo incompleto, para eliminar el significado peyorativo del término “imperfección” como algo “incorrecto, malcriado, defectuoso”), lo que incluye en la caminata espiritual la posibilidad continua y necesaria de cambio. De esta manera, el Espiritismo funda un nuevo iluminismo, cuya formulación cree en la racionalidad como el fundamento de la fe humana y, por esta razón, se basa en la perfección de las posibilidades de la razón como generador del mejoramiento de la fe.
Habiendo hecho estas consideraciones filosóficas, es conveniente reflexionar pragmáticamente. No todos los espiritistas de hoy entienden lo que significa esta dimensión del concepto de fe razonada. A menudo imaginan que razonar es lo mismo que racionalizar, es decir, referirse a la razón como pretexto para justificar el dogma, lo que convierte el argumento racional en un argumento ideológico (en sentido negativo, como una falsa concepción de la realidad, apoyada solo por criterios de identidad religiosa), una actitud que de ninguna manera puede justificarse en la propuesta de Kardec. La fe razonada, por lo tanto, no razonada, por lo tanto, no es lo mismo que la f es lo mismo que la fe racionalizada (sobre todo por e racionalizada (sobre todo porque todas las formas que todas las formas de fe se pueden enmarcar en este último tipo).
Entre las diversas concepciones de racionalidad válidas en filosofía, creemos que la noción de “razón comunicativa” o “razón consensuada” del filósofo alemán Jürgen Habermas se ajusta mejor al concepto de fe razonada de Kardec. Para ese pensador, hay racionalidad cada vez que hay un diálogo donde se establece un consenso entre los interlocutores, y la verificación práctica del consenso sería la demostración misma de que hubo racionalidad. En otras palabras: la razón es el diálogo que funciona.
En Kardec, la fe razonada es la fe que permanece en contacto constante con la razón, es decir, siempre busca un conocimiento más amplio, argumenta y se cuestiona a sí misma. Para esto, la fe espírita debe ser reconstruida permanentemente en el diálogo con los diversos conocimientos, especialmente en la interacción entre el conocimiento humano, de carácter científico, filosófico o experimental, y el conocimiento espiritual, originado a partir de la interlocución mediúmnica. Por lo tanto, bajo una formulación espiritista, la razón comunicativa es un movimiento que construye la creencia basada en el diálogo y, por lo tanto, es capaz de “enfrentar la razón, cara a cara, en cualquier fase de la humanidad”.
Los espiritistas, por lo tanto, no pueden abandonar en ningún momento la posibilidad del diálogo, no solo con los espíritus, a partir de los cuales el conocimiento toma la forma de “revelación”, en la definición kardeciana, si no también con el variado conocimiento humano, especialmente en lo filosófico y lo científico. La fe espiritista debe ser una fe en constante actualización, una fe siempre renovada, siempre reconstruida. O lamentablemente caerá en un nuevo tipo de fe ciega: una que se contenta con fingir que ve.
Autor: – Dr. Luiz Signates