Es el árbol gigantesco a cuya sombra bienhechora acampa toda una familia por numerosa que esta sea; es el símbolo de paz y esperanza, en cuyos brazos se acogen lo mismo el criminal que el justo; es el oasis bendito en donde encuentran consuelo todos los afligidos; es la figura más grande que se puede encontrar sobre el planeta; es el ángel tutelar que guía nuestros vacilantes pasos, desde la cuna al sepulcro; es la esclava voluntaria dispuesta a todos los sacrificios, siempre que estos reporten un pequeño bien a los suyos; en fin, es el amor en todas sus manifestaciones, y sin embargo, de la madre recibimos el mayor mal, aunque sea inconsciente para ella.
La inteligencia del niño es un álbum en blanco y la madre es la encargada de estampar en él las primeras impresiones. Si la madre es instruida, procurará que estas primeras líneas sean la base de una sólida instrucción, tanto moral como material: las palabras de una buena madre tienen tal influencia para el corazón del niño que jamás las olvida. Se ha dicho que una madre que educa bien a sus hijos, hace más en provecho de la mora, que todos los libros del Universo. Pero a nadie se le ha ocurrido pensar que esta enseñanza no puede darla la mujer si no posee un caudal de conocimientos.
¿Qué educación se le ha dado a la mujer en España? Se ha tenido en cuenta que ella es el pedestal sobre el cual está apoyada la sociedad? No, muchos hombres eminentes lo han sentido así, pero pocos han trabajado a favor de la idea. La sociedad depende de las mujeres, ha dicho Voltaire, querer reducir a las mujeres al gobierno material de la casa y no instruirlas, sino sólo para esto, es olvidar que de la casa de cada individuo es de donde salen los errores y preocupaciones que rigen al mundo. (Aime-Martín.) Debemos al imperio de las mujeres una dirección sublime; que el poder de que disponen reciba de nuestras propias manos un impulso saludable hacia lo grande y lo bello y que enseguida nos guíen ellas mimas hacia la mejora moral que tan inútilmente andan buscando los sabios: Raimond Sheridaus, ha creído muy necesaria la ilustración de las mujeres y dice en sus inmortales obras: “Las mujeres nos gobiernan, procuremos hacerlas perfectas. Cuanto más instruidas estén, más lo seremos nosotros. De la cultura y talento de las mujeres depende la sabiduría de los hombres”.
Innumerables serían los que podríamos citar que han reconocido la verdad. Pero a pesar de voces tan autorizadas, la mujer vegeta en su ignorancia legando a su prole querida los atributos de esta, ¡Cuántas aberraciones! ¡Cuántos absurdos imprimen en el blanco cendal de su imaginación y qué tarde se borran! El niño es filósofo desde que comienza a conocer a los suyos; cuando su lengüetita se niega a expresar sus deseos, pregunta con la mirada ¡Cuánto dicen los ojitos de algunos niños que sólo la madre puede comprender! Más tarde, cuando adquiere el hermoso don de la palabra, comienza a interrogar a su madre sobre los innumerables temas que ha estado trabajando en el periodo de su mutismo, si la madre es instruida ¡cuán provechosos son estos diálogos! ¡Qué pocas veces son interrumpidos! Porque en los albores de la vida es cuando el espíritu demuestra más sus deseos de aprender.
El niño necesita que graben en su alma el nombre de Dios y para esto, ¿puede encontrarse buril mejor que el de una madre? Imposible. La madre lo graba de una manera indeleble; nadie puede hacerlo cual ella. Para escribir en el alma de un niño se necesita estudiar un especial alfabeto al pie de su cuna. La educación moral de las criaturas corresponde a la mujer. Las madres tienen dos deberes que cumplir; conservar al niño de la vida física, no es gran cosa; darle la vida moral, sí que lo es. Pero ¿Cómo se va a dar lo que no se posee, ni a enseñar lo que no se conoce? ¿Cómo va a inculcar una mujer en sus hijos una religión sin fanatismo, ni misticismo, ni falsos dioses a quien adorar, ni ministros a quien retribuir sino tiene nociones de ella? ¿Cómo va a dar idea de la verdadera religión, de la religión del pensamiento, en que cada criatura lleva en su corazón un altar en donde rinde culto al Criador de todo lo grande y sublime que existe, y donde los holocaustos que se le ofrecen son todas las virtudes, y la mayor, el sacrificio del hombre por el hombre? ¿Cómo ha de comprender esto la que antes de saberse vestir, ya se la ha llevado a confesar, que es como si dijéramos, antes de comenzar a andar se le ha hecho la amputación de una pierna? ¡Con qué trabajo se moverá esta desdichada!
Después de los mil y mil absurdos que la madre ha escrito en su virgen cerebro, el cura se encarga de darle forma real; más tarde la maestra acaba de poner trabas a su pensamiento; pues todos sabemos la educación que se da en las escuelas del Estado. Ahora bien ¿Cómo va a poder dar idea de los hermosos prismas de la luz un pobre ciego? Por esto dijimos que de la madre recibimos el mayor mal y a ella debe su vida la iglesia ultramontana. Mientras a la mujer no se le instruya, vanos serán todos los esfuerzos para hacer avanzar el carro de la civilización. Las ideas adquiridas en la infancia no se pierden jamás, son el norte de nuestras acciones; las lecciones que se reciben en la cuna son para el hombre la imagen de la buena madre que se las dio. Ellas le recuerdan sus dulces sonrisas, su inmaculada frente, su amorosa mirada y el eco de su voz. Y si bien es verdad que algunos hombres han sabido desandar el camino, muchos son los que mueren con las mismas preocupaciones que en la cuna recibieron, esto en cuanto a los hombres, que las mujeres, exceptuando algunas, siguen todas en su ignorancia, tejiendo la tela de Penélope.
¡Cuánto gozamos escuchando a los niños y cuánto sufrimos mirando a la mujer postergada y caminando por el desierto del Sahara, expuesta a cada momento a ser barrida por el simoun de la ignorancia! Solo me resta dar las gracias a los señores de la Junta, en nombre de la sociedad; felicitar al señor profesor por lo bien que ha sabido responder a nuestros deseos y animar a los niños en su perseverancia en el estudio, pues con este se adquieren tesoros que ni los ladrones roban, ni el tiempo destruye, suplicando a la nueva Junta, haga un esfuerzo más para crear una escuela de niñas, en la inteligencia que pondrían los cimientos de la civilización.
Estas consideraciones y muchas más que omitimos por no molestar, acudieron a nuestra imaginación en los exámenes públicos de la Escuela Laica de esta ciudad, verificados el 22 de Diciembre último, a los que tuvimos el gusto de asistir y en donde no supimos que admirar más, si los esfuerzos realizados por la Junta Directiva para dotar este centro de instrucción con todos los utensilios necesarios, según la Pedagogía moderna, o si las dotes y vastos conocimientos del señor profesor. Sin duda alguna podemos asegurar que don Emilio Moreno y Prieto ha nacido para el magisterio. Lo que más llamó nuestra atención, fue su táctica especial para hacerse comprender de sus discípulos, inculcando en sus jóvenes inteligentes un mundo desconocido de ideas, a cual más provechosas; de este modo nos explicamos como han podido recorrer en tan poco tiempo tan vasto campo.
Amalia Domingo Soler.