En el proceso de la evolución, el sufrimiento se destaca, adquiriendo preponderancia ante las constricciones y el esfuerzo que impone para ser superado. Predominando en la Tierra, es aún un recurso del que se valen las Leyes de la Vida para frenar la alucinación humana, fortalecer el ánimo, mejorar las aristas morales y trabajar los metales de las imperfecciones que prevalecen en la naturaleza animal de los seres.
Si se siguieran las instrucciones del Amor y no hubiera deserciones, no surgirían compromisos negativos, y por lo tanto, no sucederían abusos generadores de mecanismos de depuración por medio del dolor. Desatentos a la ley natural y al fenómeno del amor, los individuos se agraden y se dejan arrastrar por las opciones del placer huidizo, enredándose en la maraña de las fuertes pasiones primarias en las que se aturden, permaneciendo después durante largos períodos, en desequilibrios aflictivos.
El sufrimiento que resulta de esas acciones, les promueve nuevas actitudes restauradoras de la armonía, propiciándoles un nuevo campo de acción en el que desarrollan aptitudes innatas, y perfeccionan, con el cincel del estudio, las herramientas del trabajo constructivo y los instrumentos de la abnegación.
El sufrimiento irrumpe, cuando el amor retrocede o se entorpece, o cuando cae envilecido por torpes sentimientos. Ciertamente, está el sufrimiento del amor, pero en dimensiones trascendentes, como el de Jesús por las criaturas, por las multitudes inconscientes que caminan generando aflicciones para sí mismas. Por eso, Su compasión prosigue, infinita, y los dolores que se Le infringe, permanecen como efecto del desprecio general a Su inefable amor.
Genesarert era una ciudad pequeña, de poco renombre e importancia, ubicada en las márgenes del mar de Galilea. Esparcida en una suave ensenada, entre arenas de guijarros y piedras menudas redondeadas, y los declives cultivados de cereales, se mantenía tranquila en la geopolítica de la sociedad, indiferente a los acontecimientos de Israel.
Se utilizó también su topónimo para denominar el mar o lago de agua dulce, de doce millas y media de largo por siete millas y media de ancho, en su punto más extenso. Las noticias del Mesías también habían llegado hasta allí. Naturalmente, despertaron interés en la gente por conocerlo, estar junto a Él, y principalmente, recibir los beneficios que sólo Él sabía y podía prodigar.
En medio de esas esperanzas, igualmente flotaban dudas con respecto a Su procedencia, a Su poder y autoridad, con altas dosis de curiosidad en tomo de Su figura y mensaje. Los individuos son sus propios tormentos, aspiraciones y desórdenes, a través de los cuales examinan todo y a todos. Viviendo en las limitaciones que las circunstancias aldeanas les permitía, los genesarenos no podían concebir la grandeza del mesianato de Jesús. Por eso, cuando Él y los Suyos, después de atravesar el lago, se aproximaron a la ciudad y allí desembarcaron, hubo una conmoción general.
Narra Marcos (*), que, en cuanto salieron del barco, los de allí Lo reconocieron, y acudieron de toda aquella región y comenzaron a llevar enfermos en catres hacia donde sabían que Él se encontraba. En las aldeas, ciudades y casas, donde quiera que entrara, colocaban los enfermos en las plazas y Le rogaban que les dejara tocar, por lo menos, el ruedo de Su manto. Y cuantos Lo tocaban, se curaban.
(*) Marcos-6: 53 a 56. Nota de la Autora Espiritual.
¡El poder de Jesús! De Él se desprendían virtudes como de las rosas el perfume. Quien Lo tocara, se mimetizaba de salud y de paz, se restauraba, llenándose de armonía. Usina generadora de fuerzas, exteriorizaba energía curativa sin ningún perjuicio para la fuente de producción. Él paseaba Su mirada compasiva por sobre las humanas miserias, y restablecía los paisajes aflictivos del alma. Su vigor restauraba las carnes destrozadas, y penetrando en los seres, abría los conductos, facilitando la circulación de la vitalidad que devolvía los movimientos a los miembros rígidos y a los órganos paralizados, propiciándoles la vida. Nadie hubo jamás que fuera semejante a Él, o nunca antes, hubo alguien que se aproximara a Él.
¡Jesús es único en la Tierra!
Los miasmas generados por el pesimismo, enferman al ser, y las vibraciones mórbidas de las enfermedades orgánicas, perturban la mente, alteran la conducta y alucinan el alma. Jesús conocía en profundidad el problema de las parasitosis psíquicas y de las enfermedades degenerativas, y sabía cómo controlarlas.
Irradiando Su energía restauradora, modificaba su estructura, dejando entre tanto al enfermo, los resultados futuros como consecuencia de sus actos. Si fueran pecaminosos, dolores mayores se proporcionarían a sí mismos, si fuesen sanos, permanecerían en la paz. Por lo tanto, la salud es la resultante de la armonía entre el pensamiento y la acción ennoblecidos, en perfecta identificación del espíritu que cumple con su deber, con el cuerpo impulsado por él, que ejecuta sus órdenes. El sufrimiento surge como efecto de la desobediencia, de los abusos, de la agresividad, de la preponderancia del egoísmo en la naturaleza. En consecuencia, la Buena Nueva, es toda ella un himno al amor, al deber, a la vida, mediante la utilización correcta de los fenómenos biológicos, con la finalidad de elevar el Espíritu.
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¡Le llevaban los enfermos, y Le pedían que les permitiera que Lo tocasen!
Sus ropas eran conductoras de bioenergía curativa, de fuerzas restauradoras, como los hilos que conducen la electricidad o las ondas que tienen las telecomunicaciones. Un toque en Él o de Él, y la vida se modificaba, alterando su estructura y el comportamiento.
Así, todo sufrimiento tiene en Jesús su término y la oportunidad de tener experiencias más amplias y liberadoras.
Sufrimiento y Jesús – negación y afirmación de la Vida, enigma y ecuación del ser.
Por el Espíritu Amelia Rodrigues.
Médium Divaldo Pereira Franco
Del libro «Trigo de Dios»