El fermento farisaico aumentaba el desequilibrio de las multitudes, a medida que el mensaje ganaba los corazones afligidos…
Flotaban en el aire las viejas tradiciones acumuladas de creencias y crueldad, mientras las bendiciones de las buenas nuevas aliviaban los dolores y las desesperanzas.
No era una batalla de espada y armas destructivas, sino de ideas retrógradas que insistían en detener la marcha del progreso, ante el amanecer rico en pensamientos y acciones libertadoras.
Adhiriéndose lentamente a las enseñanzas llenas de alegría y de progreso, los seres modificaban la onducta mientras una brisa de esperanza se extendía por todo el lugar donde Él quemaba, con la llama del amor, la mala hierba de los hábitos infelices.
La sociedad siempre presentó a los venturosos y a los vencidos, los dominadores y los sumisos, mediante la esclavitud evidente o bajo disfraces.
De ese modo, marginados, los pobres y desheredados ahora recibían el alimento de la verdad para disminuir sus penas.
No solamente esos atormentados se beneficiaban de las inestimables predicaciones de la Buena Nueva, sino también los ciudadanos ricos y bien situados descubrían, en Jesús, el bienestar y la seguridad de que tenían necesidad.
Todos los viajeros de la indumentaria carnal dependen de los valiosos tesoros de la fe y de la esperanza, a fin de dar sentido a la existencia.
En consecuencia, cada día era más numerosa la multitud que acudía a las playas o a las plazas donde Él hablaba en Cafarnaúm, así como en otras ciudades y aldeas.
Su voz era como una brisa perfumada que beneficiaba a la propia Naturaleza.
Madres desesperadas con hijitos enfermos, hombres y mujeres mutilados en el cuerpo, en el alma, en la existencia, seres trastornados con desvaríos emocionales y mentales, personas mayores abandonadas y decepcionadas eran jovialmente socorridas y llamadas a rectificar el comportamiento, volviéndose hacia el deber y el orden.
Se trataba, sin duda, de una revolución extraordinaria, como antes nunca había ocurrido.
Su figura, portadora de belleza impar, exudaba ternura y compasión sin que el paciente, quienquiera que fuese, dejase nunca de recibir la misericordia que esparcía.
Siempre gentil, actuando con respeto a las leyes y sin solicitar ningún tipo de recompensa, Jesús era, en aquellos días, la felicidad que legó a las tierras áridas de Israel.
Su voz suave alcanzaba la acústica del ser como una sinfonía de bendiciones y ninguno de los que la oían lograba olvidarla.
La infeliz sociedad israelita, dividida en clases que se antagonizaban, pasó a mirarlo con temor y odio.
Sin embargo, para Él, todos son hijos de Dios, merecedores de las mismas oportunidades, así como del derecho a creer y cantar, conforme les plazca, la canción de alegría.
Incomodados en su ridícula presunción, los fariseos, especialmente soberbios, pasaron a detestarlo con más vigor e insistencia, amedrentados por su grandeza.
No lo dejaban en paz. Siempre que lo encontraban, y estaban en todas partes alterando a la multitud, generaban tumulto o lo criticaban, en tentativas siempre frustradas de perturbar su ministerio. Sin embargo, Él, que los conocía muy bien, que identificaba su carácter venal, respondía a sus preguntas con superioridad, haciéndolos callar de forma sorprendente.
Pasaron, entonces a difamarlo, calumniándolo como Mensajero de Satanás, mistificador y enemigo del pueblo, que agrupaba para dar un futuro golpe contra el Sanedrín y César…
En consecuencia, sus amigos, aquellos que lo seguían de cerca, pasaron a sufrir imposiciones y amenazas continuas.
Los enfermos de la mente los ignoraban y proseguían en la siembra de luz y de alegría, tras ser recuperados por su misericordia. Entretanto, los amigos dotados de sabiduría y elevación moral eran atacados verbalmente e incluso agredidos en su trabajo diario en pareja o en el trabajo de la compra del pan.
En una oportunidad especial, después de una injustificable discusión que terminó casi en agresión física, Simón, medio dormido buscó al Amigo, y le preguntó sin preámbulos:
— Señor, ¿cómo proceder, con tus enemigos que se convierten en adversarios espontáneos, agresivos y opositores desalmados? En Cafarnaúm, donde vivimos, conocemos a casi todos los residentes que nos respetaban, y ahora, instigados por los adversarios crueles, nos miran con desprecio y, no pocas veces, se niegan a adquirir nuestros productos.
Con la serenidad que le era peculiar, el Amigo respondió:— Simón, hasta aquí el mundo cultivaba los comportamientos que denigraban a los pobres, a las viudas, a los huérfanos que aún son juzgados como perjudiciales para la comunidad, frente al orgullo enfermo que domina en todas partes.
Ahora estamos en el umbral de una Nueva Era, en la que el Amor de Nuestro Padre alberga a todas las criaturas, ayudándolas a disfrutar de paz y de esperanza de mejores días.
Los explotadores de las masas infelices, que no están acostumbrados a las nuevas directrices de la misericordia y de la compasión, desean estancar el río de la solidaridad que Él ha dirigido en estos días de renovación.
Es natural que los desafortunados en su interior reaccionen a nuestra alegría y amistad, teniendo en cuenta que siempre los vi expulsados, degradados, por causa de sus llagas íntimas, que desconocen. Como no pueden combatir nuestras ideas, ni realizar lo que nuestro Padre nos da la oportunidad de hacer, se rebelan y luchan para silenciarnos, para impedirnos implantar el Reino de Dios.
Después de una pausa de reflexión, el discípulo herido volvió a preguntar:
— Pero, Maestro, ellos son perversos y son los que odian. ¿Cómo tratarlos? No nos dan tregua, ni permiten siquiera que los esclarezcamos.
Nos calumnian como servidores de Satanás e hipnotizados por ti.
— Deberemos responderles con el tratamiento de la compasión que nos merecen. Ellos ignoran las enfermedades que los consumen y los envilecen. El perdón de nuestra parte es la fuerza que nace en el corazón del amor que debemos tener hacia aquellos que nos maldicen y persiguen, porque son profundamente infelices.
¿Qué hace la delicada flor cuando es pisoteada, sino perfumar el pie que la aplasta? Nuestra alternativa no es otra. Si entrásemos en litigio, que, además, eso es lo que quieren ellos, para permanecer en discusiones infructíferas y feroces, estaríamos a su mismo nivel mental y emocional. El Evangelio tiene por misión transformar pantanos morales en campos de bendiciones, corazones empedernidos en sentimientos de ternura y de bondad.
Sin embargo, Pedro, quien se encontraba cansado de la persecución y
maldad de los desafectos de la verdad, aún volvió a la carga:
— ¿No valdría la pena reaccionar, buscar la justicia, demonstrar la grandeza de nuestros sentimientos y el honor de nuestros antepasados?
— Quien se preocupa de la defensa personal, olvida que sus actos son la única fuerza de su dignidad. Solamente los ociosos, los infieles, se interesan por los títulos terrenos, por las glorias sociales, por los antepasados…
Somos los constructores de un mundo de paz y de confianza, y es indispensable que vivamos esa realidad en el período que la antecede, a fin de que aquellos que no nos comprenden se sientan atraídos por nuestra alegría de vivir y de amar.
El silencio a la persecución y a la maldad, con la correspondiente acción del bien, es la receta eficaz para los testimonios de la fe y de la fidelidad a Dios.
El Rabí calló y, acto seguido, fue a atender a un fariseo rico y conocido que lo buscaba llorando…
Aún hoy la obra del amor de Dios no encuentra la receptividad que merece. Por algún tiempo más, la construcción del Reino de Dios será realizada con las lágrimas de los abnegados discípulos de Jesús.
Página psicografiada por el médium Divaldo Pereira Franco en la sesión mediúmnica de la noche del 2/2/2019, en el Centro Espírita Camino de la Redención, en Salvador, Bahía.