En el capítulo XVII, Sed perfectos, de El Evangelio según el Espiritismo, Allan Kardec hace una interesante selección de varios versículos del texto de Mateo (5:44 y 46 al 48) para explicar los caracteres de la perfección: Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian y orad por los que os persiguen y calumnian. –Porque, si solo amaséis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis de eso? ¿No hacen así también los publicanos? –Sí saludaseis únicamente a vuestros hermanos, ¿qué os haría diferentes de los otros? ¿No hacen lo mismo los paganos? –Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial.
En la Historia de la Humanidad, ha habido pensadores renuentes a aceptar el hecho de que los seres humanos son imperfectos y que jamás alcanzarán la perfección divina. No obstante, en ese fragmento de Mateo, Jesús, ciertamente, invita al hombre a ser perfecto, como lo es el Padre celestial. Cabe preguntarse, entonces, ¿será que, efectivamente, la criatura humana tendría, de alguna manera, las condiciones para ser perfecta como Dios?
La mayor virtud Allan Kardec, afirma que la perfección referida por Jesús, debe ser entendida en sentido relativo y no absoluto, ya que Él nos enseña un camino para el perfeccionamiento, mediante el desarrollo en nosotros de las cualidades que definen al hombre de bien. Después de más de dos páginas ricas en consejos y exhortaciones, termina diciendo: “Esta no es la relación de todas las cualidades que distinguen al hombre de bien; pero cualquiera que se esfuerce en poseerlas, está en camino de poseer las demás”.
El análisis de ese asunto propuesto por Kardec, conduce a reconocer el desafío al que se enfrenta aquel que desee aplicar esfuerzos en el sentido de iniciar su proceso de perfeccionamiento a través de su purificación espiritual. No obstante, el Espiritismo auxilia mucho en ése como en otros muchos asuntos vitales. Como doctrina esclarecedora en el campo de la lógica y del entendimiento, es, al mismo tiempo, consoladora, porque, al aclarar, explica y promueve la comprensión, dando respuestas a los porqués de las situaciones que se vivencia; también auxilia al ayudar a dilucidar la situación personal, motivando a realizar aquello que puede ser hecho para mejorar la posición de la persona aquí en la Tierra. Así mismo, la ayuda a mejorar la relación de cada una consigo misma, dentro de sí, para hacerla sentir más tranquila y mejor adaptada a su realidad. Además, esclarece sobre las cuestiones y problemáticas de la sociedad, sus instituciones, y sobre el papel de cada uno en el contexto en el que vive. Al mismo tiempo, revela lo que se puede y se está en condiciones de realizar para conquistar, la meta o aquello que puede ser entendido como la perfección. El mismo asunto es referido en el capítulo XII, de la Tercera Parte de El libro de los Espíritus, que trata, con profundidad, temas que facilitan el entendimiento de la cuestión relativa a la purificación y al perfeccionamiento del ser humano, como el de las virtudes y los vicios, las pasiones, el egoísmo y el conocimiento de sí mismo.
En efecto, Allan Kardec inicia el examen de las virtudes y de los vicios al consultar a los Espíritus, en la pregunta 893, “¿Cuál es la más meritoria de todas las virtudes?” Sabemos que los Espíritus superiores son muy concisos y objetivos en sus respuestas. No suelen desperdiciar palabras. No obstante, ante tal pregunta utilizan varias líneas para referirse a la más meritoria de todas las virtudes. Ellos fueron más argumentativos porque la respuesta tenía que promover la reflexión respecto, primero al hecho de aclarar que toda virtud tiene su mérito propio, pues siempre es un indicativo del progreso que el individuo logró alcanzar en la senda del bien. En ese sentido, toda virtud tiene su mérito. Ellos tenían, ante todo, que darnos a entender que hay virtud cada vez que el individuo resiste voluntariamente a claudicar ante las malas inclinaciones. Por ejemplo, si un individuo goloso se resiste a la gula, revela virtud en esa resistencia. Si el individuo es avaro, y logra generosamente donar alguna cosa a alguien, ya en esa resistencia a la avaricia hay una virtud. En segundo lugar, los Espíritus siguen esclareciendo que “la sublimidad en la virtud consiste en el sacrificio del interés personal por el bien del prójimo, sin intención oculta”, sin otro interés subrepticio, sin otra intención. En eso consiste la sublimidad de la virtud. Los Espíritus superiores, en tercer lugar, terminan indicando que “La virtud más meritoria es la que está fundada en la caridad más desinteresada”. ¡Esa es la virtud más meritoria!
El vicio más radical
En el otro extremo de la mayor virtud está el interés personal egoísta, el cual origina el gran drama, la gran dificultad del ser humano aún hoy. La mayor llaga de la Humanidad ha sido la engendrada por el egoísmo. Allan Kardec lanza el siguiente desafío en la pregunta 895: “Aparte de los defectos y vicios sobre los cuales nadie se equivocaría, ¿cuál es la señal más característica de la imperfección?” Recordemos que antes él preguntaba sobre la más meritoria de todas las virtudes -la caridad-, ahora, con el objetivo de evidenciar la real necesidad del ser humano vinculado a la Tierra, interroga sobre cuál es la señal más característica de la imperfección. La respuesta de los Espíritus es clara: “El interés personal”. Cualquiera podrá preguntar: “¿Pero, habrá alguien que no tenga interés personal?” En la Tierra, donde la mayor parte de la población aun se caracteriza por sus imperfecciones, es muy raro encontrar, pero existen, personas que actúan desinteresadamente. El libro de los Espíritus, revela la existencia de personas que efectivamente viven y practican la caridad. Y cuando lo hacen llama la atención, despierta el interés, se ve casi como un fenómeno. Un Chico Xavier y una hermana Dulce son, por ello, catalogados de seres excepcionales. No obstante, eso no quita que haya muchos individuos que hacen el bien en forma desinteresada, con total desprendimiento, encarando el futuro desde un punto de vista más elevado. Muchos no obtienen reconocimiento, porque no tienen deseos de divulgar sus obras, y es por eso que no son conocidos sus actos, esto es, el beneficio, el bien que hacen a los semejantes.
El interés personal es un ancla pesada que mantiene atados a los Espíritus aquí en la Tierra. La mayor parte de las personas es movida aún por el interés personal. En las decisiones naturales y necesarias de la vida, es común que la persona opte por aquellas que le proporcionarán la mayor suma de ventajas. En la elección de la carrera, por ejemplo, la vocación de servicio permanece en segundo plano, pues lo que se busca, comúnmente, son los beneficios personales que la profesión podrá ofrecer. A propósito, vale la pena recordar la historia de un compañero que recibió, por un médium, una comunicación que planteaba la idea de crear una comunidad aquí en la Tierra, que podría encaminar a muchos por el camino del perfeccionamiento. Se haría con la participación de algunas personas para formar una cooperativa. Al comienzo, todos los miembros tenían sus respectivos empleos y era en los horarios libres, que se dedicaban a hacer algunos trabajos. Lo que ganaban lo juntaban. Comenzaron arrendando un terreno que araban y preparaban para el cultivo. Todo lo que se plantaba y producía era de la cooperativa, pues ellos no necesitaban retirar nada, porque cada uno tenía su respectivo empleo. Más tarde, consiguieron comprar un terreno propio. Aquello fue creciendo, y se fue desarrollando. Era una empresa muy interesante. Con el tiempo, algunos fueron dejando sus empleos, otros fueron llegando, pero cada uno solo retiraba lo necesario para la supervivencia, de modo que la cooperativa creció bastante. Los Pastoreros es el nombre de la cooperativa, que se localiza en España.
El organizador de la comunidad, Manuel Robles, tenía el hábito de reunir al personal de la cooperativa periódicamente para conversar con ellos. Muchos cooperadores eran simpatizantes del Espiritismo. Aceptaba que se hablase de la Doctrina Espírita, pero también quería que se tomara en cuenta sus expectativas y experiencias. Una de las actitudes características del Sr. Robles estaba relacionada con el interés personal. Él preguntaba: “-Si usted llega a un lugar donde hay un manzano –como eran agricultores, usaban ejemplos del propio campo –que solamente tiene dos frutos, uno de ellos una manzana bonita, grande, muy roja, que incluso llega hasta a reflejar los rayos del Sol; y otra, también madura, lista para ser cosechada, pero es pequeña, con la mitad del tamaño de la primera, y resulta que usted está solo, ¿cuál de ellas usted cogería? Usted cogería la manzana mayor, naturalmente, ¿no es así? ¿O alguien aquí cogería la manzana más pequeña? Pues yo les digo a ustedes que eso no está bien. Tienen que coger esta última. ¿Por qué? Porqué tienen que dejar la mayor para otra persona que vendrá después, y que a lo mejor tiene mayores necesidades que las suyas”.
Al meditar sobre la historia de nuestro amigo, pensamos: ¿y si nadie apareciese después para coger la manzana bonita se perdería la preciosa fruta? En realidad, no se perdería, porque generalmente es de los frutos más desarrollados de donde obtienen árboles más productivos. De hecho, en el campo aprendemos que las espigas más maduras ofrecen los granos más adecuados para la producción de otras espigas y de otros granos mejor desarrollados. Entonces, si nadie cogiese la manzana, ella caería en el suelo o podría ser comida por algún animal que llevaría sus simientes lejos y las depositaría luego en el suelo a través de sus excrementos, para producir algún manzano fuerte, con posibilidades de ofrecer frutos pujantes. Pero, volviendo al caso de la persona que ve las manzanas, lo que cuenta, es saber si es el desinterés lo que motiva su decisión. Si actúa por el interés personal, ¿pensaría en recoger la manzana menor y dejar la mayor para otra persona, como sería lo correcto dentro de la filosofía del desinterés? Debería coger la manzana menor y dejar la otra para otra persona que, posiblemente, vendría después y quizás… con más apetito. Alguien podrá pensar que ese ejemplo no tiene nada que ver con su situación, pues no vive en el campo, ni tendrá nunca la oportunidad de pasar por una experiencia como esa. Puede ser verdad. No obstante, vale la pena el auto examen en lo que atañe al asunto, pues el interés personal también se pone en juego en muchas otras cosas.
Hay otra historia antigua que también ilustra este tema. El padre, un hijo pequeño y el abuelo están sentados a la mesa, en casa, comiendo. El abuelo, al ingerir el alimento derrama comida en el piso y al padre del niño le da una bronca por lo que, en represalia, le indica un rincón con una pequeña mesa destartalada al fondo, donde el anciano debe sentarse para continuar cenando, separado del hijo y del nieto. Otro día el padre observa a su hijo que está jugando con unos muñequitos. La escena llama su atención, pues el hijo coloca un muñequito separado, en un rincón y los otros muñecos alrededor de una mesa. El padre mira aquello y le parece extraño. Resuelve preguntarle al hijo qué estaba jugando y el hijo responde que a la Familia. Entonces, el padre le preguntó por qué aquel muñequito estaba separado de los otros y el hijo le respondió: -¡Ah, padre! Aquél es usted cuando esté viejo… Por qué usted va a tener que comer allá en el rincón para no ensuciar toda la casa. Al día siguiente, el abuelo estaba comiendo junto con la familia, en la mesa principal, porque comprendió que fue movido por el interés personal.
Vale, aún, destacar en relación con este asunto, otra situación vivida en una fiesta de fin de año por una familia. El familiar más anciano había terminado de comer y había dejado caer comida en la silla, en el suelo cerca de la mesa y por la cocina, cuando fue a llevar el plato y colocarlo en la pila para lavarlo. Una niña que estaba comiendo con él terminó y, al llevar también su plato para la pila, pisó la comida que estaba en el suelo. Inmediatamente ella pidió un paño a la dueña de la casa para limpiarse el pie, pero, no satisfecha con ello, se sentó en el suelo y limpió toda la suciedad, sin decir una palabra para cuestionar al familiar ya anciano. Dentro del mismo tema, referimos, aun, una situación interesante. Una señora llevó a su madre ya muy anciana a un geriátrico porque ponía la casa en riesgo, pues encendía el fogón y se olvidaba de apagarlo, entre otras actitudes normales en situaciones de edad avanzada. No obstante, la señora vivía un drama de conciencia muy grave, por lo menos en los primeros días, hablando del asunto todo el tiempo. Después de una semana, más o menos, ella encontró un paliativo para el problema y explicaba: “-¡Vean ustedes qué cosa tan difícil para mí! No puedo visitar a mi madre todos los días, porque cada vez que yo voy allá, es un drama: ella llora, quiere venir conmigo, hace una escena y sufre mucho. Entonces, el personal del asilo me sugirió que yo fuese una sola vez por semana para visitar a mi madre y así ella no sufriría tanto”. ¿Por qué llevó a su madre para el asilo? Porque ella trabajaba fuera, las hijas y el esposo también y la madre quedaba en casa sola. Tuvo miedo de que la anciana incendiase la casa. Es un lugar donde no es muy fácil encontrar alguien para cuidar de personas en casa. Una cuidadora sale muy costosa. Una de las hijas de esa misma señora que había llevado a su madre para un asilo, era amiga de otra muchacha, para la época con más o menos 11 años, cada una. El padre de la muchacha le preguntó qué pensaba ella de aquellas condiciones y qué estaría aprendiendo su amiguita con aquella situación. Ella respondió sencillamente: “-Ella está aprendiendo lo que deberá hacer con su madre cuando ella comience a ponerse vieja y a dar trabajo”.
El bien y su mérito
Es un hecho que, sea en el sentido positivo o negativo, pocos hacen cosas para los otros, pues siempre las hacen para sí mismo. ¿Tiene algún mérito en el bien que produce, lo que una persona hace por otra, calculando sus propios beneficios? Tiene un mérito relativo, porque siempre es meritorio un acto bueno, pero cuando hay interés, el mérito es relativo, reducido. En la pregunta 897, Allan Kardec pregunta: “El que hace el bien, no con la mira de una recompensa terrena, sino con la esperanza de que se le tomará en cuenta en la otra vida, y de que su posición, en consecuencia, será mejor, ¿es reprensible y perjudica a su adelanto semejante pensamiento?” En ese caso, la persona está pensando en un beneficio en el futuro. ¿Será que hay mérito en el bien practicado en esas condiciones? Mérito relativo diríamos nuevamente, porque hay un interés personal. La persona está pensando en sí misma de alguna manera, en el resultado de aquella acción, aunque sea para después. La respuesta de los Espíritus es esclarecedora: “El bien debe ser hecho caritativamente, esto es, con desinterés”. Por eso, hay un mérito reducido, porque lo ideal es hacer el bien sin ninguna expectativa de retorno. No obstante, nadie puede desprenderse fácilmente de su egocentrismo. Pero, es fundamental comenzar a hacerlo. Una persona puede hacer algún bien por desinterés, sin medir las consecuencias, después se va ejercitando haciendo más cosas pequeñas o cosas cada vez más importantes, y verá que se va sintiendo bien; entonces querrá hacerlo de nuevo para sentirse bien otra vez, desarrollando así el hábito de la donación, de la entrega desinteresada.
Hubo un tiempo en que vivimos en un lugar muy complicado, muy difícil, por que, en los semáforos, gran cantidad de niños abordaban los carros para pedir. La pobreza era muy grande en el país, considerado en la época el más barato del mundo para vivir los extranjeros. Si el conductor no daba algo, a veces los niños rayaban el vehículo. ¿Qué hacer en una situación como esa? Quien ya tiene la conciencia un tanto despierta se siente muy mal. El constreñimiento es muy grande, porque la persona está en una situación de privilegio en relación con aquellos otros marginados, pues tiene su carro, tiene qué comer, tiene hijos bien cuidados… Se siente mal todo el tiempo, pues no es posible sentirse bien en una situación como esa. Pero, ¿qué puede hacer la persona? ¿Dar dinero sin conocer la situación? Aquellos niños bien pudieran estar siendo explotados por adultos o ya estar viciados en drogas y usar mal el dinero. Examinando la situación, consciente de que no posee virtudes extraordinarias y que le faltan condiciones individuales para solucionar un problema tan serio, la persona podrá ceder a la tentación de no hacer nada, permanecer indiferente. No obstante, vimos a varias personas trabajando con aquellas personas marginadas con la intención de minimizar aquella pobreza, aquella dificultad, a través de instituciones o incluso en la misma calle. En algunas comunidades, hay organizaciones que editan un periódico para ser vendido por personas que no tienen donde vivir, que viven en la calle. Es una forma de que ellas generen un salario, algún dinero para sobrevivir. El precio del periódico es un poco más elevado para garantizar un beneficio extra para los sin techo.
Estando, cierta vez, en una de esas localidades, tomamos un taxi y cuando éste se detuvo en un semáforo, un muchacho ofreció uno de esos periódicos al conductor, el cual cerró el vidrio del carro y comentó que no compraba ese tipo de periódico, pues pensaba que aquellas personas tenían que trabajar para lograr su propio sustento. Continuó diciendo que él había sido pobre, que no tenía nada, ni siquiera para comer. Pero, hoy, estaba allí, dirigiendo un taxi, gracias a su propio esfuerzo. Y concluyó diciendo: “Que él también luche”. No nos corresponde juzgar las actitudes del vendedor de periódicos y del conductor del taxi. Apenas recordamos la pregunta 899 de El libro de los Espíritus que trata del tema, esclareciendo que es más responsable por hacer el bien quien ya conoció los sufrimientos, y puesto que sabe lo que es sufrir, le cabe el deber de auxiliar a aquel que permanece en la necesidad. La realidad es que siempre existen alternativas para hacer el bien, pero eso no puede ser considerado una virtud, en el estricto sentido del término, por la persona que promueve la acción benéfica. Examinando el tema, se va concluyendo que, para el agente del bien, más que una virtud, hacer el bien es una obligación que el ser humano tiene con los demás.
Todos tenemos el deber del desprendimiento. Hay un impulso latente de auxiliar, no solo para atender a la carencia del otro, sino en consideración a la propia necesidad de desprendimiento de sí. Ese es el mayor, el más grande desafío, porque, si los Espíritus superiores hablan de perfección moral, no están hablando del bien que se puede hacer para ser virtuoso. Están hablando de perfeccionamiento personal que implica el desprendimiento material, liberación del interés personal. Este es el desafío, esa es la lucha, la propuesta. Ahí está la conquista de la virtud, la caridad material y moral es el medio, el instrumento. Mientras el individuo piense que el bien que hace le traerá alguna condición de virtud, es porque aún está midiendo los beneficios, en la expectativa de una recompensa, de un retorno, de que alguien lo vea, y ese hábito inadecuado dominará todas las acciones de su vida. Porque, incluso en el trabajo, por ejemplo, que la persona ejerce para ganarse el pan de cada día, hay diversas maneras para el digno desempeño de susfunciones. El individuo podrá actuar como un obstinado, o podrá trabajar de una manera más tranquila, más pacífica, más suave, más acogedora en relación con sus colegas. No precisa tener la preocupación de ser ejemplo para otros, pero sí buscar sentirse mejor con aquello que está haciendo y colaborar para que el ambiente de trabajo sea menos pesado. Para su propia persona eso es bueno. El verdadero bien resulta inmenso aun en los pequeños actos y en las más sencillas situaciones, por lo que resulta imposible su cuantificación.
Esas son maneras de ver, de encarar la vida y sus desafíos y valen para todas las relaciones con los semejantes: dentro de casa, con los familiares, con el marido, con la mujer, con los hijos; o fuera, en las situaciones de convivencia con los compañeros de trabajo, conocidos etc. La manera como la persona se sitúa, va a evidenciar para ella cuál es su posición espiritual en la vida. ¿Se molesta cuando tiene que bañar a un niño? ¿Un hijo, por ejemplo? ¿Se siente incomodado cuando precisa limpiar los dientes de un hijo autista o a una persona de la familia que necesite ese tipo de auxilio? Esas pequeñas decisiones están revelando el nivel de interés personal de cada uno.
El egoísmo y la educación
Por eso, es preciso estar muy atento en relación al interés personal, pues él engendra un vicio considerado una de las mayores llagas de la Humanidad. Este asunto está tratado en la pregunta 913 de El libro de los Espíritus.
“-Entre los vicios, ¿cuál puede considerarse como radical?”
“-Muchas veces lo hemos dicho: el egoísmo. De él deriva todo el mal. Estudiad todos los vicios y veréis que en el fondo de todos hay egoísmo. […]”
El egoísmo es el vicio radical. André Luiz, Espíritu que dictó la obra Nuestro Hogar a través de la psicografía de Francisco Cândido Xavier, declara que uno de sus graves problemas durante la encarnación fue querer gozar más que los demás, o sea, sacar provecho de todo sin considerar las necesidades del prójimo.
En la pregunta 914 de El libro de los Espíritus, Allan Kardec, considerando lo que los Espíritus habían informado en la número 895, pregunta: “Estando fundado el egoísmo sobre el sentimiento de interés personal, parece muy difícil extirparlo completamente del corazón humano, ¿llegará a conseguirse?” La respuesta es muy esclarecedora y evidencia el camino de perfeccionamiento y purificación por el cual pasa toda criatura de Dios:“-A medida que los hombres se ilustran sobre las cosas espirituales, dan menos valor a las cosas materiales. Además, es preciso reformar las instituciones humanas que lo mantienen y excitan. Eso depende de la educación”.
Evidenciando que el egoísmo está asentado en el interés personal, Kardec insiste en el asunto en la pregunta 917 y los Espíritus esclarecen sobre cómo vencer, cómo superar el egoísmo por la educación, la educación moral, no la de los libros, sino la educación que forma los caracteres, haciendo que el individuo se torne efectivamente mejor. Comenta Kardec: “El egoísmo es el origen de todos los vicios, como la caridad es el de todas las virtudes. Destruir el uno y fomentar la otra, tal debe ser el objeto de todos los esfuerzos del hombre, si se quiere asegurar su felicidad en este mundo, así como en el futuro”. Pero la pregunta informa además que el egoísmo se recrudece dentro de la sociedad, ya que la misma está compuesta por individuos que crean y mantienen instituciones sustentadas en el egoísmo de grupos. En realidad, las instituciones, en una sociedad egocéntrica, son hechas para defender intereses de grupos. Cuando se formó la Comunidad Económica Europea, hubo un entusiasmo por parte de algunos escritores que llegaron a exaltar la posibilidad de que la Tierra caminaba hacia un gobierno central.
La Revista Reformador, de la Federación Espírita Brasileña, publicó un editorial esclareciendo que era muy interesante que los pueblos se uniesen, pero que las personas no se engañasen, pues la formación de bloques para defenderse de otros bloques aun es una manifestación de egoísmo. La misma familia consanguínea, muchas veces, es una agrupación egoísta, donde los individuos son capaces de hacer sacrificios por los parientes, pero no hacen esfuerzos para auxiliar a otros fuera de los lazos de la consanguinidad. Eso es egoísmo familiar, egoísmo grupal. Incluso se puede observar la manifestación del egoísmo grupal en centros espíritas o en instituciones del movimiento espírita, siendo necesario un esfuerzo continuado para evitar que las manifestaciones egoístas de los individuos sean transferidas al grupo, como cuando se da la preponderancia de la voluntad del “jefe”, del presidente, del individuo que se destaca en relación a los demás, cualquiera que sea el motivo: bien sea porque habla bien, o porque hace importantes donativos dentro de la institución o porque tiene alguna cualidad que los demás admiran y que les gustaría tenerla también. El proceso de la educación moral, además de implicar a los individuos, debe alcanzar a todos los niveles administrativos de las instituciones.
La fe y la multiplicación de los beneficios
En la Tierra, quien practica la caridad es desafiado a cada momento y tentado a perderse por el interés personal y por el egoísmo. Eso ocurre porque son las acciones resultantes del egocentrismo lo que la mayor parte de la sociedad valora más, pues no ha descubierto aún la importancia del desprendimiento, del valor de la educación moral y de la fe. Cuando el individuo tiene fe –fidelidad a la Ley Divina, convicción de que fue creado para el bien, confianza plena en la providencia divina– no necesita defender sus propios intereses, pues éstos están defendidos por el Creador. Todo lo que cada uno precisa está a su alcance, bastando el esfuerzo personal para conquistar lo necesario o incluso lo superfluo, como lamentablemente sucede en la mayoría de las veces. No obstante, para que ese proceso fluya con naturalidad es preciso comprender su mecanismo y actuar conforme a su ley: los beneficios recibidos requieren ser multiplicados por el desprendimiento y la donación. En ese razonamiento, cada uno es instrumento para el bien del prójimo. En caso de que el proceso no fluya, los beneficios son, momentáneamente, retirados, para que el individuo aprenda su valor –para sí y para los demás–, en situación de privación.
En el aspecto moral, dentro del desarrollo de este tema, vale recordar la pregunta 903 de El libro de los Espíritus: “¿Hay culpabilidad en juzgar los defectos de los otros?” En la respuesta, los Espíritus informan que incurre en culpa si hubiese la intención de criticar y divulgar el mal ajeno, pues ello caracteriza una falta de caridad. Pero, si el juicio fuese para beneficio propio, para conocer el mal que no se debe practicar, entonces no tiene porque haber culpa. Este tema tiene un complemento en El Evangelio según el Espiritismo, en el capítulo 10, puntos 19, 20 y 21, donde se analiza si está prohibido al individuo examinar y conocer las imperfecciones ajenas. San Luis esclarece que depende de la intención. Las personas tienen derecho de ver el mal donde el mal existe, pero no de propagarlo. Si solamente viesen el bien, inclusive donde él no existe, habría perjuicio para el progreso. De esa forma, el examen es válido y necesario si se hiciese para no hacer igual, sino para perfeccionarse, ayudando a otros a entender, en el campo moral, que el mal no trae beneficios a nadie. La perfección moral es una conquista individual y colectiva.
Alguien podría preguntar por qué Dios no hizo a los hombres perfectos, evitando tantos problemas. En ese caso, ¿dónde estaría el mérito? ¿Cómo se sentiría el individuo, teniendo completa conciencia de la perfección adquirida sin ningún esfuerzo? Y al contrario, ¿cómo se sentiría el Espíritu en la plenitud de la perfección conquistada por su propio esfuerzo? Si un Espíritu aún imperfecto es colocado delante de los Espíritus superiores, se siente avergonzado, desconcertado. Cuando ya inició su despertar espiritual, siente la necesidad de perfeccionarse, de purificarse para merecer la convivencia de aquellos a los que admira y reconoce como superiores en la jerarquía intelectual y moral. Todo espíritu puede superar sus limitaciones y vencer sus imperfecciones por el esfuerzo personal, desarrollando su fe y multiplicando las dádivas que recibe de la Vida. Puede trabajar en pro de su propio crecimiento y ese es el sentido de los textos que encontramos en el capítulo Progresión de los Espíritus, preguntas 114 a la 127, capítulo I, de la Segunda Parte, y capítulo XII, titulado De la perfección moral, de la Tercera Parte de El libro de los Espíritus, complementados por las lecciones sublimes de El Evangelio según el Espiritismo, cuya lectura y análisis total recomendamos al interesado en su perfeccionamiento y purificación espiritual.
Carlos Roberto Campetti
Anuario Espirita 2014